Vélez volvió al triunfo en casa. Ante San Martín de Tucumán, con gol de Lucas Robertone, el Fortín atesoró en el estadio José Amalfitani tres puntos vitales y por sobre todas las cosas, el éxito representa un estímulo para potenciar la confianza colectiva.
Porque fue muchísimo más que el rival en los más de noventa y siete minutos de juego (fue absoluto en el primer tiempo); porque además mereció mucho más de lo que arrojó para la estadística, el amarrete marcador final.
El Míster realizó una sola variante respecto al conjunto que había caído en La Boca. Ante la lesión de Francisco Ortega, Gabriel Heinze le dio la oportunidad y la revancha a Braian Cufré desde el arranque. El lateral no lo defraudó.
Porque en esa confianza de mantener un once, de darle espalda y rodaje, el equipo sigue manteniendo una idea firme que va consolidando con el correr de los partidos. Porque además, en esta tarde en Liniers, volvieron a ser puntos altos jugadores determinantes en la generación como Lucas Robertone y Matías Vargas, desde el desnivel para generar espacios y para habilitar a sus compañeros.
El equilibrio que aportan a la zona medular Gastón Giménez (de galera y bastón) y Nicolás Domínguez (con overol); sumado a lo que ofrecen desde el fondo en seguridad los centrales. Todo Vélez se pone en objetivo de jugar, elaborar y convertir.
Ante los tucumanos se vio un Fortín agresivo. El equipo llegó en el primer capítulo con contundencia y claridad; más allá que aún le falta, por impericia o mala fortuna, la puntada final. Lo tuvo Ramis en dos y tapó en ambas Arce. Un tiro libre de Robertone que dio en el palo. Otra más del Pimienta Ramis que recuperó sobre la banda y metido a puro corazón en el área, le rompió el travesaño al arquero del santo. La impotencia de crear, de merecer y de no poder concretar.
Pero en la insistencia del buen juego, Vélez tuvo su recompensa. Fue a los 39 del segmento inicial. Porque la recuperó Bouzat en la derecha cerca del cinturón del terreno de juego. Habilitó rápido a Vargas en el círculo central, y fue el Monito el que arrancó en carrera. Cufré se sumó desdoblando por afuera y Matías lo habilitó con un pase profundo, para que una vez pisada el área, el lateral zurdo mandara un centro rasante y así, en posición de nueve, Robertone empujara el balón al gol. Golazo. Desahogo y aplausos para un equipo que juega, presiona y exige. Un Vélez que no renuncia a intentar y que el fútbol tarde o temprano lo premia.
En la segunda mitad, y con el correr de los minutos, Vélez cedió en algunas acciones el balón y le permitió al rival crecer en cancha, favorecido por fallos cuestionados de Fernando Espinoza. Más allá de eso y de algún sobresalto, fue muy pobre lo de San Martín de Tucumán en la tarde del Amalfitani, casi no probó a Alexander Domínguez quien pasó una tarde sin zozobras.
Vélez en cambio, tuvo algunas más para ampliar la ventaja. ¿La más clara?, la de Robertone justo antes de salir reemplazado, con un remate que dio en el palo tras una muy buena combinación por derecha. Los ingresos de Salinas, Barreal y Galdames buscaron darle aire a un elenco que había realizado un desgaste muy grande, que merecía estar ganando por goleada, pero que debía cuidar la ventaja que tanto le había costado conseguir.
El abrazo del final de Heinze con todos sus dirigidos habla de la unión, del trabajo, de la entrega y del sacrificio que todos ponen en pos de poner a Vélez donde se merece. Hoy se ganó una final de las tantas que vendrán, con las armas claras y el juego como bandera.
Carlos Martino