Junta Histórica

¡Muy Feliz Cumpleaños, Turco!

Omar Asad nació el 9 de abril de 1971. El Turco fue un protagonista estelar de la década dorada y escribió, con la pelota, varias de las páginas de mayor gloria en la historia del Fortín.

Por Junta Histórica

El 9 de abril de 1971, en Capital Federal, nació el futbolista que convirtió los que, probablemente, hayan sido los goles más importantes en la historia fortinera: Omar Andrés Asad.

Criado en Ciudad Evita, en un contexto de fuertes privaciones en el que jugar a la pelota era casi el exclusivo entretenimiento, Omar tuvo una llegada atípica al fútbol velezano: después de probarse -sin éxito- en 18 clubes, recaló en el Fortín cuando ya estaba próximo a cumplir los 20 años.

Sin pasar por las divisiones inferiores y con escasos partidos en Reserva, el 5 de agosto de 1992, el tercer Turco célebre en el historial futbolístico velezano tras Omar Wehbe y Julio Asad, debutó en el primer equipo: fue en Liniers, y bajo la dirección técnica de Eduardo Luján Manera que ingresó a los 13 minutos del segundo tiempo en lugar de Roberto Rojas, en un cruce  0 a 0 frente a Deportivo Español por la Copa Conmebol.

Su segunda participación oficial, la primera por torneos de AFA, se registró en la derrota ante Talleres de Córdoba y coincidió con la renuncia, post partido y debido a malos resultados, del entrenador Manera. Roberto Mariani lo sucedió interinamente y le dio continuidad al Turco, quien le respondió con buen juego y los tantos bautismales de su recorrido como futbolista, ante San Lorenzo y Rosario Central.

A principios de 1993, con el arribo de Carlos Bianchi, se terminó de consolidar como delantero titular y aportó 5 conversiones, muy útiles para la captura del tan demorado título en el Torneo Clausura.

En 1994 su extraordinario nivel lo llevó a ser considerado uno de los mejores atacantes sudamericanos. Máximo anotador del plantel campeón de la Copa Libertadores de América, gritó frente a Cruzeiro, Palmeiras, Boca Juniors, Minervén, y en la primera final ante el San Pablo, un gol que sería decisivo para llevar la definición a los penales en el Morumbí y conseguir el primer cetro internacional en la historia del club. Tan decisivo como su conmovedora entrega en esa revancha en Brasil, en la que se bancó a toda la defensa paulista, solo, allá arriba, mientras el resto del equipo, al que le faltaba un hombre por la expulsión del Pacha Cardozo, resistía como podía y le tiraba la pelota larga, para que él la aguantara y la defendiera con sus más de 90 kilos, su corazón inmenso y su amor propio inquebrantable.

Inolvidable fue, también, aquella media vuelta, esa pirueta indescifrable -casi desde el piso y luego de eludir a Sebastiano Rossi- con la que el Fortín se puso 2 a 0 ante el Milan en Japón para llegar a la cima del mundo, y con él elegido como el mejor jugador de la final intercontinental.

Y si el Turco dejaba la vida en cada pelota, y su ley era el gol, el comienzo del fin de su carrera no podía haber sido en circunstancias diferentes: 16 de octubre de 1995, una conquista suya ante Ferro en el Amalfitani, choque con el arquero Oscar Ferro en el momento de impactar la pelota para convertir, mucho dolor, ovación de la hinchada al ser retirado en camilla, rotura de ligamentos. Nadie imaginaba que esa lesión se transformaría en calvario y en razón para que ya nunca más pudiera ser el mismo dentro de una cancha.

Volvió a jugar, pero con intermitencias: fue importante con sus apariciones en el conjunto que obtuvo la Supercopa 1996, especialmente en el partido de ida de la final frente al Cruzeiro en el Mineirao -le cometieron el penal que Chilavert transformó en gol-, el que fue el primer triunfo de un equipo argentino en ese estadio y un paso trascendental para la obtención del certamen.

Sin embargo las molestias en la rodilla volvían una y otra vez. Después de un par de operaciones y períodos de larga inactividad y recuperación, decidió abandonar la práctica del fútbol en 1997, no sin antes despedirse de su romance con las redes el 13 de mayo de ese año, en el escenario de muchas de sus hazañas, el José Amalfitani. Aquella noche marcó el tercero en una goleada por 4 a 0 sobre Gimnasia de Jujuy.

El 5 de octubre, sin saberlo, y en una derrota por 3 a 2 ante San Lorenzo, se bajó la persiana para su trayectoria deportiva. Una trayectoria intensa, exitosísima e injustamente truncada con solo 26 años, pero que de todas formas lo dejó en el pedestal de los grandes ídolos velezanos. Fueron 108 partidos y 23 goles en torneos locales regulares, 3 cotejos en copas nacionales, y 34 encuentros y 7 tantos en competiciones internacionales.

Años después volvió a Vélez como director técnico de divisiones inferiores, para posteriormente desarrollarse en su nueva profesión como entrenador de las plantillas de Godoy Cruz de Mendoza, Emelec (Ecuador), San Lorenzo de Almagro, Atlas (México) y Estudiantes de San Luis.

Sus goles, los campeonatos ganados con la V azulada sobre el pecho, la dupla formidable que conformó con el Turu Flores, la fuerza con la que encaraba y se llevaba por delante a quien se interpusiera, sus dos presencias con la Selección Nacional -ante Sudáfrica y Perú en 1995-, el dolor por su lesión y su lucha desigual contra la adversidad: todo eso y mucho más permanece en la memoria de los fortineros. Pero dejando de lado la historia por un momento, y volviendo al presente, al imborrable recuerdo futbolístico hay que sumarle el agradecimiento por esa simpatía, por esa sonrisa de pibe bonachón, por esa simpleza, y por el tipazo que fue, y será siempre, el enorme Turco Omar Andrés Asad.